martes, 15 de octubre de 2013

'Alma de plástico'

Nacimos abriendo los ojos. Llorando al ver tanta luz. Saturados por el frío de fuera. Por el peligro de ese nuevo mundo. Por sentirnos indefensos.
Nacimos queridos, amados, cuidados. Nacimos pequeños, inocentes.
Crecimos sonriendo, jugando, llorando a veces, con caprichos, con preguntas. Con los primeros despertares, con los primeros disgustos, con mil sueños por cumplir.
Conocimos a nuestros primeros amigos, conocidos, compañeros.
Seguimos. Fuimos encontrándonos con la decepción, con el dolor, que nos miraba sonriendo.
Vino la ayuda, vino despacio, los años pasaron y el cambio llegó, pero no se borra de la piel.
Conocimos la muerte, la lloramos, y nos preguntamos por qué. Dormimos.
Avanzamos. Cambio de casa. Cambio de vida. Cambio de rutina. La soledad llegaba con un solo armario. Una sola cama. Un sólo yo.
Independencia, frío, calor. Se rompieron los primeros lazos. Los primeros insultos. Descubrimos lo que era la calle, el peligro que tenía, y lo bonito que era
sentirse libre. Correr riesgos. Primeros besos, primeros abrazos, primeras mariposas, a las que poco después se les da muerte. Otra vez lágrimas.
Seguimos. Nueva gente, soledad de la de verdad. Súplicas. Promesas a Dios, pedir ayuda. Sumisión. Conflictos morales. El dolor volvía a sonreír.
Vuelta a empezar. Integración, dudas. Había que juzgar. Llega el miedo, y baja la autoestima.
Comenzamos. Felicidad. Plena felicidad. Amistad real, lucha, risa, despedidas, reencuentro. Confianza, seguridad, amistad. Ilusión. Desilusión. Finales, comienzos. Nos comemos el mundo, nos apropiamos de él. El mundo se enfada.
Lloramos de felicidad. Nos perdemos. La vida gira. Lo blanco ahora es negro. Lo bueno ahora es malo. El cariño ahora ladre. El dolor se pone serio.
Dificultades, dudas. Nos tambaleamos, nos caimos, nos levantamos. Volvimos a caer. No hay impulso.
Tuvimos una carta, la apostamos. La baraja va desapareciendo.
Dolor en el pecho, prisa en la sangre. 
Soledad, amor, cariño, carisma, inseguridad, frío, incomodidad, torpeza. Somos presos. Somos odio. Somos rabia. Somos tristeza y nostalgia. Somos poco, somos miedo,
somos socorro, somos nada. 
El dolor llora.

lunes, 14 de octubre de 2013

Luz.

Abrí los ojos despacio. Me costaba. Al igual que a mi cerebro razonar dónde estaba, en qué momento y porqué. En unos segundos, que a mí me pareció mucho tiempo, me encontré en tiempo y espacio.
La oscuridad de mi cuarto se me metía dentro, y los ojos, hinchados, parecía que me iban a estallar. Notaba cómo a mis venas les costaba llevar sangre dentro de ellas, porque mi corazón latía tan lento, como a mí me parecieron esos segundos en los que fui reaccionando.
-Ya, ya me acuerdo. – me dije a mí misma.
Me levanté despacio, puesto que mi cuerpo estaba entumecido, y parece que mis extremidades no respondían a lo que yo les mandaba.
Abrí la puerta y caminé por el largo pasillo como alma en pena, escuchando el silencio. Un silencio incómodo y triste. Un silencio poco habitual. Un silencio que me producía terror.
Llegué al salón, y en el sofá le vi tirado, con los ojos abiertos mirando a la nada… hasta que me vio aparecer. Por su cara pude apreciar una pizca de alegría, que al instante siguiente se convertía en rabia, y luego en pena.
-¿Sabes cuánto llevas durmiendo?
-No. – Dije tensa, sin moverme de debajo del dintel de la puerta.
- 45 horas y 27 minutos.
Me encogí de hombros, disimulando el asombro que me producía haber dormido tanto sin despertarme una sola vez. Parece que el agotamiento acumulado había tenido consecuencias. Escuché el rugir de mis tripas, y Marco parece que también lo hizo. Se levantó, y se acercó a mí. Yo di unos pasos atrás por instinto, y en su rostro noté la ternura que sentía por mí en esos momentos.
-Ven, vamos a comer algo.
La sequedad de sus palabras me dolía más que cualquier otra cosa. No notaba hambre, ni frío, a pesar de la baja temperatura que notaba en mis pies descalzos.
Le seguí, como un perro a su dueño, sin saber bien porqué.
Me preparó algo de comer, y me lo dejó en la mesa.
Me senté y comí, despacio, tenía hambre, pero no ganas de comer. No tenía ganas de nada. Sentía la cabeza saturada, y a la vez una serie de pensamientos que bloqueaba yo misma.
-He ido muchas veces a ver si estabas muerta. No había manera de despertarte.
Por primera vez, me crucé con sus ojos. Verdes, expresivos. Pero esa mañana, o tarde, o lo que fuese, los noté con otro brillo. Un brillo que reconocía, por desgracia. Un brillo, que me decía adiós.
-¿Qué hora es?
-Las siete y media.
-¿De la noche?
Sonrió, pero no fue una sonrisa sincera.
-De la mañana.
Asentí con la cabeza y seguí comiendo. No sé cuánto tiempo llevaría Marco tumbado en el sofá, con la cabeza sumergida en sus propias voces interiores, pero algo me decía que lo mismo que yo había dormido.
-Luz…
Nunca mi nombre me había revuelto tanto el estómago. Nunca la sola pronunciación de mi nombre había causado en mí la sensación de mil agujas sobre mi piel. No quería levantar la mirada, no quería verle, no quería que me hablase.
-Luz, escúchame…
-No. Cállate. Cállate y no digas nada.
No pude verle, pero estoy segura de que la pena le inundó los ojos. Me hizo caso y no habló, pero se fue de la cocina.
Tenía muchísimas ganas de llorar, pero el atontamiento de mi despertar ni siquiera me dejaba. De repente, algo me hizo levantarme, y correr hacia mi cuarto. Hacia nuestro cuarto. Allí estaba él, recogiendo sus cosas, metiéndolas en su maleta y preparando una mochila con sus cosas más básicas.
Yo sin pensarlo le saqué toda su ropa y la tiré al suelo, con los ojos, esta vez sí, empapados, a punto de desbordarse.
-No vuelvas a hacer eso. – Lo dijo enfadado, pero no enfadado de la manera que lo hacía él, si no como si fuésemos dos desconocidos. Como si no tuviese ningún vínculo con él.
-Marco, no te vayas. No me dejes sola.
-Ahora te pido yo a ti que te calles.
Observaba como sus manos, rápidas, mal doblaban la ropa, y la guardaban rápido.
Me senté en el suelo, esperando a que terminase. Él parecía ni siquiera darse cuenta de mi gesto, de mi presencia. Cuando hubo acabado, miró al frente.
-Luz, me voy. Esto ya se ha acabado. Es hora de asumirlo. Tu vida no es compatible con la mía. Yo no elegí esto.
Y dicho esto, se fue.
Escuché el portazo de su salida.
Mis lágrimas se escurrían sin ni siquiera yo darles permiso, y así estuve un rato. No sé cuánto, pero me sentía atrapada… esperando a que volviese, me abrazase, y me dijese que todo estaba bien. Como siempre.
Estaba congelada, temblando, y con unas ganas horribles de volver atrás.
Me levanté y me di una ducha de agua ardiendo. Quemaba y dolía, pero a mí ya me daba igual.
Se había ido Marco. Se había llevado tras de sí mi vida. Mi único amigo, mi único amor. Mi apoyo, mí día a día. La luz se había apagado.